Vida de los obreros en las fases de la revolución
industrial
“Tenía yo 7 años cuando empecé a hilar lana en
una fábrica. La jornada de trabajo duraba desde las cinco de la
mañana hasta las 8 de la noche, con un único descanso de treinta
minutos a medio día para comer.
Teníamos que tomar la comida como pudiéramos, de
pie o apoyados de cualquier manera. Así pues, a los siete años yo
realizaba catorce horas y media de trabajo efectivo.
En aquella fábrica había alrededor de cincuenta
niños, más o menos de mi edad, que con mucha frecuencia caían
enfermos. Cada día había al menos media docena de ellos que estaban
indispuestos por culpa del excesivo trabajo.”
Comisión de trabajo en 1832
4. La pasarela de la miseria
Me situé en la calle Oxford de Manchester y observé
a los obreros en el momento en que abandonaban las fábricas, a las
12 en punto. Los niños tenían casi todos mal aspectos, eran
pequeños, enfermizos; iban descalzos y mal vestidos. Muchos no
aparentaban tener más de 7 años. Los hombres de 16 a 24 en general,
ninguno de ellos de edad avanzada, estaban casi tan pálidos y
delgados como los niños. Las mujeres eran las que tenían apariencia
más respetable, pero entre ellas no vi ninguna que tuviera un
aspecto lozano o bello. Vi, o creí ver una estirpe degenerada, seres
humanaos mal desarrollados y debilitados, hombres y mujeres que no
llegarían a viejos, niños que jamás serían adultos saludables.
Era un triste espectáculo.
FUENTE: Turner Thakrah: Informe del médico,
1831.
6. El trabajo de los niños.
“En 1832, Elizabeth Bentley, que por entonces
tenía 23 años, testificó ante un comité parlamentario inglés
sobre su niñez en una fábrica de lino. Había comenzado a la edad
de 6 años, trabajando desde las seis de la mañana hasta las siete
de la tarde en temporada baja y de cinco de la mañana a nueve de la
noche durante los seis meses de mayor actividad en la fábrica. Tenía
un descanso de 40 minutos a mediodía, y ese era el único de la
jornada. Trabajaba retirando de la máquina las bobinas llenas y
reemplazándolas por otras vacías. Si se quedaba atrás, “era
golpeada con una correa” y aseguró que siempre le pegaban a la que
terminaba en último lugar. A los diez años la trasladaron al taller
de cardado, donde el encargado usaba correas y cadenas para pegar a
las niñas con el fin de que estuvieran atentas a su trabajo. Le
preguntaron ¿se llegaba a pegar a las niñas tanto para dejarles
marcas en la piel?, Y ella contestó “Sí, muchas veces se les
hacían marcas negras, pero sus padres no se atrevían a ir a al
encargado, por miedo a perder su trabajo”. El trabajo en el taller
de cardado le descoyuntó los huesos de los brazos y se quedó
“considerablemente deformada… a consecuencias de este trabajo”.
FUENTE: Bonnni Anderson,
Historia de las mujeres: una historia propia, volumen 2, Editorial
Crítica, Barcelona, 1991, Pág. 287- 288
En un discurso en el Parlamento,
William Pitt les declaró textualmente:
“La experiencia nos ha demostrado lo que puede producir el trabajo de los niños y las ventajas que se pueden obtener empleándolos desde pequeños en los trabajos que pueden hacer”
La legislación inglesa y la Iglesia anglicana defendieron a ultranza la contratación de niños. Los administradores de impuestos de pobres mandaron grupos de niños lejos de sus padres.
Los ritmos de trabajo eran excesivamente duros. La estrecha vigilancia de los capataces imponía toda suerte de arbitrariedades, desde castigos económicos, como pago de multas, hasta castigos físicos. La vigencia de la tortura en las primeras concentraciones fabriles fue un hecho constatado en la literatura social de la época.
Los horarios de trabajo del obrero del siglo XIX oscilaban entre las catorce y las dieciséis horarias. En muchas fábricas se edificaban cobertizos al pie de las naves de trabajo, donde dormían hacinados cientos de hombres, mujeres y niños durante escasamente cinco horas diarias.
“La experiencia nos ha demostrado lo que puede producir el trabajo de los niños y las ventajas que se pueden obtener empleándolos desde pequeños en los trabajos que pueden hacer”
La legislación inglesa y la Iglesia anglicana defendieron a ultranza la contratación de niños. Los administradores de impuestos de pobres mandaron grupos de niños lejos de sus padres.
Los ritmos de trabajo eran excesivamente duros. La estrecha vigilancia de los capataces imponía toda suerte de arbitrariedades, desde castigos económicos, como pago de multas, hasta castigos físicos. La vigencia de la tortura en las primeras concentraciones fabriles fue un hecho constatado en la literatura social de la época.
Los horarios de trabajo del obrero del siglo XIX oscilaban entre las catorce y las dieciséis horarias. En muchas fábricas se edificaban cobertizos al pie de las naves de trabajo, donde dormían hacinados cientos de hombres, mujeres y niños durante escasamente cinco horas diarias.
Además los obreros se hallaban a
merced de todo tipo de enfermedades.
Las revoluciones de 1830 a 1848 sacaron a la luz pública situaciones increíbles sobre la vida cotidiana del proletariado. Documentos como los de Villarmé, en su Cuadro sobre el estado físico y de los obreros, florecieron en los flujos y reflujos de los primeros movimientos populares. En él se denunciaban con las consecuencias de los salarios de hambre, las columnas de niños de seis a ocho años que a las cinco de la mañana recorrían enormes distancias para ir a los talleres. La inseguridad en el trabajo, agudizare todo en los comienzos del maquinismo, arrojaba altos índices de mortalidad laboral.
Las revoluciones de 1830 a 1848 sacaron a la luz pública situaciones increíbles sobre la vida cotidiana del proletariado. Documentos como los de Villarmé, en su Cuadro sobre el estado físico y de los obreros, florecieron en los flujos y reflujos de los primeros movimientos populares. En él se denunciaban con las consecuencias de los salarios de hambre, las columnas de niños de seis a ocho años que a las cinco de la mañana recorrían enormes distancias para ir a los talleres. La inseguridad en el trabajo, agudizare todo en los comienzos del maquinismo, arrojaba altos índices de mortalidad laboral.